lunes, 1 de mayo de 2006

EL SOCIALISMO QUE CHILE NECESITA

Son tiempos alegres para el socialismo chileno. Luego de más de 30 años, un nuevo médico socialista, esta vez una mujer, entra al Palacio de la Moneda. Asimismo, el partido aumentó su número de diputados y consiguió una impresionante victoria en el senado, pasando a ser la primera fuerza senatorial de la Concertación. Nos alegramos por la eficiencia electoral y el gran despliegue territorial del partido y su dirección política. Con todo, estamos convencidos que el éxito del socialismo no se debe sólo a una astucia momentánea, sino a que, simplemente, la sociedad chilena se acerca, cada vez más, a los valores y proyectos que simbólicamente ha representado y representa el Partido Socialista de Chile. Esto no significa que el país carezca de problemas o haya modificado radicalmente su estructura social, sino tan sólo que hoy, la oportunidad para generar cambios trascendentes es más fuerte que nunca. El cambio cultural y el desencanto con el modelo neoliberal, que recorre a América Latina en su conjunto, y que ha posibilitado triunfos progresistas en varios países, nos abre, como socialistas una ventana de esperanza respecto al futuro. Así, si bien estamos alegres no somos autocomplacientes, no estamos satisfechos, pues, reconociendo cambios importantes en una dirección progresista, sabemos que estamos lejos de la sociedad que como socialistas deseamos construir. Los cambios en la sociedad chilena: Durante los últimos años, y en buena medida gracias a la enorme gestión del Presidente Lagos, las ataduras del autoritarismo de Pinochet se fueron desmontando una a una; generando una estructura política no sólo más democrática, sino además más progresista y abierta a los cambios sociales. Así, a la par de la eliminación de los senadores designados o el cambio en la estructura del consejo de seguridad nacional, se terminó con la censura cinematográfica, se aprobó la ley de divorcio y se creó una nueva institucionalidad cultural. Si a ello se suman la cada vez mayor inserción de Chile en el mundo, la masificación de la educación superior (aún incompleta y poco democrática), y un desarrollo material que permite a amplios sectores sociales alejarse del fantasma de la pobreza; lo que tenemos es un país cualitativamente diferente al de comienzos de la transición. Si bien Chile es aún un país altamente desigual en cuanto a la distribución de las oportunidades, el dinero y el poder, no podemos dejar de reconocer que es hoy un país con instituciones más democráticas y con mayor respeto por sus ciudadanos. Todos estos cambios en la estructura e instituciones político-económicas que nos gobiernan han ciertamente favorecido un cambio cultural de enorme trascendencia para el conjunto de la sociedad, cuyas reales dimensiones recién comenzamos a imaginar. Chile es, culturalmente, un país mucho más abierto, tolerante, y progresista que hace quince años. Un país en que la hegemonía cultural del pensamiento neoliberal está siendo fuertemente cuestionada por los ciudadanos, los que día a día aumentan su malestar con la desigualdad social existente en el país. Así, en buena medida, Chile es hoy, un poco más socialista. Los chilenos de hoy se indignan por la miseria y la intolerancia y se organizan para mejorar sus condiciones de vida. Los chilenos quieren hoy vivir más libremente y tomar sus propias decisiones, sin amarres éticos o burocráticos; quieren vivir en un país con oportunidades de desarrollo e innovación, pero a la vez un país en el que los débiles sean protegidos. En fin, hoy, la sociedad chilena, quiere un poco más de la libertad, justicia e igualdad que promueve el socialismo. Es este cambio institucional y cultural de orientación progresista el que nos permite estar viviendo el surgimiento de liderazgos ciudadanos alejados de las elites de poder tradicionales. Es esta confluencia entre las cada vez más fuertes aspiraciones de un pueblo por construir una sociedad más igualitaria, y el capital simbólico e ideológico de los partidos progresistas que conforman la Concertación, la que hace posible la elección de una mujer socialista como Presidenta de la República. Así, surge la fuerza de la Presidenta Bachelet. Ella no es simplemente empatía, capacidad y esperanza de cambio; sino que, al ser la representación simbólica de una aspiración popular, se convierte en un liderazgo históricamente necesario, llamado a reconciliar a la sociedad chilena con una estructura económica y un estilo de liderazgo que aún no dan plena cuenta de la transformación ocurrida. Su interpelación y llamado a los ciudadanos a participar y a asumir cuotas más importantes de poder, si bien se originan en la historia más profunda de la tradición socialista Chilena, de los comités obreros de la República Socialista de Chile al poder popular de Salvador Allende; se hace hoy más relevante que nunca, pues es la representación ya no sólo de un sentir de clase o de grupos sociales excluidos sino que del conjunto de la nación chilena. Así, la idea del socialismo es hoy parte de un sentir nacional al que adhieren hombres y mujeres de las más diversas clases y condiciones sociales. El inmovilismo del sistema político chileno Frente a estos cambios en la sociedad y su cultura, diversos subsistemas y actores sociales han reaccionado. Algunos, conservadoramente, tratan de devolvernos al orden propio del autoritarismo, imponiendo censuras y reglas ya no legales sino morales; y otros, como los movimientos sociales de nuevo cuño (feminismo, ecologismo, organizaciones culturales de base, de consumidores, etc.) buscan la aceleración de dichas transformaciones. Así, parece claro que la sociedad chilena se encuentra en movimiento; y frente a este movimiento la elite política, el sistema de partidos y las instituciones de representación tradicional como el parlamento o los consejos locales, sólo han respondido con la perplejidad. Los partidos de derecha tímidamente buscan resguardar el orden autoritario, pero es sabido que ellos son poco relevantes, pues los verdaderos actores del conservatismo, poderes fácticos que se mueven en las sombras de la intriga, están escondidos y representan grupos hoy bastante minoritarios del gran empresariado, la Iglesia, los medios de comunicación, el poder judicial, etc. Lo mismo ocurre en los partidos progresistas; simplemente observan los cambios sociales subiéndose tarde a un tren cuya locomotora está muy lejos de la política y los políticos. Esta ausencia de los partidos políticos en la discusión sobre los cambios que afectan a la sociedad y la forma en que ellos deben orientarse, es la base de los problemas por los que atraviesan. Es la explicación a la apatía generalizada de amplios sectores sociales frente a la política, a la falta de militantes y al pragmatismo exagerado que muchas veces impide conocer las verdaderas diferencias entre todos los actores. En la sociedad actual existe un conflicto social en torno a la necesidad de mayores grados de igualdad. Y dado que ni los partidos de derecha ni los de izquierda se encuentran realmente representando intereses sociales contrapuestos, no es raro que la política pierda relevancia, convirtiéndose en un juego de marketing en que el dinero y el carisma personal reemplazan la carencia de discurso. Así, en buena medida, es el propio éxito de la elite de la transición y el cumplimiento de su programa de transformación política y cultural la que explica el inmovilismo actual, la falta de ideas y de conexión con una ciudadanía que se encuentra buscando nuevos horizontes. Si bien la nueva presidenta y la forma en que ha conformado su gabinete representan una ventana de aire fresco para los partidos progresistas, estos aún no se deciden a dar un salto cualitativo; el que implica una reflexión profunda no sólo respecto a los objetivos de la política y las ideologías y programas; sino también en relación a las formas en las reclutan a su elite, se distribuyen el poder y se comunican con la ciudadanía El desafío del socialismo chileno El Partido Socialista de Chile está inserto en la perplejidad que domina al conjunto del sistema político chileno. Tenemos un partido burocrático, sin ideas, discurso, ni discusión política, y en el que los desafectos internos y las faltas a la ética se comienzan a hacer reiteradas. Sin embargo, nuestro partido posee una gran ventaja respecto a otros partidos; la que a la vez se convierte en su máximo desafío: A saber, que la dirección de los cambios sociales está orientada hacia los valores que dieron origen al pensamiento de la izquierda en el mundo. Así, nuestra ventaja frente a otros partidos es que la idea del socialismo está plenamente vigente; por lo que para aumentar nuestra relevancia y convertirnos es actores centrales del proceso de transformación que vive el país, no necesitamos maquillarnos ni cambiar nuestras ideas (como le ocurre por ejemplo a la reaccionaria UDI); sino simplemente, revisar las formas que tenemos de actuar como partido y de relacionarnos como personas, mejorando nuestro accionar político y nuestra estructura orgánica, para así descentralizar el poder partidario y dar mayor cabida al debate y la participación. El PS, como aparato político si bien ha sido capaz de ganar importantes espacios en la sociedad Chilena, se encuentra estancado hace tiempo en torno al 10% del electorado. Por el contrario, el socialismo como idea, las figuras y líderes ciudadanos del partido y su apelación simbólico – histórica en amplios sectores sociales, ciertamente superan y desbordan una estructura y una forma de hacer política diseñada para defender los intereses de los más desposeídos y enfrentarse a una sociedad más bien hostil. Este es el desafío: poner al instrumento Partido Socialista de Chile a la altura de lo que hoy le pide una ciudadanía abierta al cambio social y receptiva a la tradición e ideología que dieron origen al partido. Convertirlo en el motor central de la transformación democrática que el país necesita y a la que tantos ciudadanos de diversas formas aspiran. Tanta es la fuerza que ha cobrado en la cultura nacional en los últimos años la idea de transformación social, de apertura, tolerancia y lucha por la igualdad, que es posible afirmar, en alguna medida, que nuestros triunfos electorales ocurren a pesar de una estructura partidaria anquilosada, burocrática y en el que el afecto mutuo entre sus militantes se pierde día a día. Pero la derecha y el conservantismo no se quedarán tranquilos. Mayor igualdad significa perdida de privilegios y poder para algunos; los que defenderán dichas regalías con fuerza. Así, día a día el PS tendrá nuevos desafíos y nuevas luchas a las que enfrentarse; y, ciertamente, hoy no nos encontramos preparados para ellas. En este contexto, las palabras desafío y renovación parecen unirse indisolublemente. Debemos renovarnos, en lo orgánico, político y en la actualización de nuestras ideas al Chile post-autoritario en el que vivimos. Debemos dar cuenta de la nueva realidad con mayor precisión. Debemos intentar constituir un gran referente socialista en el país, en el que se incluyan no sólo los tres partidos que componen el progresismo concertacionista, sino además movimientos como la SurDa o Fuerza Social Democrática. En resumen, debemos ponernos nuevamente en marcha, terminado con un inmovilismo que sólo beneficia a quienes quieren evitar que Chile alcance mayores grados de igualdad. Ya nos renovamos una vez a comienzos de los 90’, poniendo nuestro partido y nuestra ideología a tono con los desafíos de la transición; hoy se nos exige emprender dicho camino nuevamente. La reforma partidaria tiene que ver con dejar de mirarnos todo el día en un espejo burocrático que altera la realidad, y abrirnos a la sociedad y sus problemas; a la participación de la ciudadanía, y a una reflexión crítica e ideológica que hoy está absolutamente ausente del discurso del Partido Socialista. Ciertamente, esta renovación requiere de la experiencia de las actuales élites dirigentes, pero también necesita de nuevos aires; de personas que representen los nuevos valores de la sociedad chilena y su forma más abierta y desprejuiciada de mirar los fenómenos sociales. Se requiere de viejos y nuevos militantes e incluso de personas que si bien no son parte del aparato partidario están comprometidas con nuestros mismos principios y valores. En el contexto político del Chile actual, entendemos que los procesos de transformación al interior del Partido Socialista tienen que ver con cinco aspectos fundamentales: a. Un partido que colabore activamente con el Gobierno La primera y más importante misión del Partido Socialista de Chile en los próximos años, es colaborar y asegurar el éxito del gobierno de Michelle Bachelet. En este sentido, no se requiere simplemente un partido leal al Gobierno, cuyos parlamentarios voten favorablemente a los proyectos del ejecutivo y cuyos militantes estén dispuestos a asumir cargos de responsabilidad; sino un partido que entregue sustento político y técnico verdaderos, con debate interno y propuestas enriquecedoras. En cuanto a esta misión y su relevancia no existe discusión ni diferencias al interior del partido, por lo que cualquier intento de contraponer a algunos militantes con otros respecto a su nivel de adhesión al gobierno o a su Presidenta es una falacia destinada a ser descubierta fácilmente por la militancia. Partiendo de la base anterior, baste simplemente señalar un par de aspectos que no siempre son considerados al momento de definir un partido activamente de gobierno: Un partido de gobierno es un partido ordenado, transparente, cuya vida interna no es un tema de despectivo comentario ciudadano. Así, entendemos que, durante los próximos cuatro años el Partido Socialista requiere, más que nunca, una conducción fuerte capaz de articular las mayorías y consensos necesarios y de generar lineamientos políticos claros para la militancia. Se requiere que todos los sectores partidarios se sientan representados y posean grados de responsabilidad en los procesos de toma de decisión. Un partido de gobierno es aquel que es capaz de posponer sus legítimas aspiraciones en aras de mantener la unidad del oficialismo. Esto no será difícil para nosotros, pues estamos convenidos que, en esta etapa histórica, las aspiraciones del socialismo están plenamente representadas y contenidas en el programa de Gobierno de Michelle Bachelet. En este sentido, defender las aspiraciones partidarias no es más que velar por el cumplimiento íntegro del compromiso adquirido por el nuevo ejecutivo con la ciudadanía a través del programa de Gobierno. Finalmente, un partido de gobierno es aquel que lealmente, hace ver sus puntos de vista y contribuye a generar políticas públicas de calidad y con acuerdos mayoritarios. b. Un partido con opinión Si hay algo que caracteriza el anquilosamiento de los partidos políticos chilenos, y entre ellos al PS, es que han dejado de pensar: Sus intelectuales orgánicos y sus centros de reflexión se han debilitado al máximo y el debate político cotidiano simplemente ha dejado de existir. Así, desde la llegada de la Concertación al Gobierno, el Partido Socialista de Chile, se ha volcado casi por completo hacia el Estado, entregándole sus mejores cuadros y abandonando la discusión ideológica y la reflexión crítica sobre las distintas políticas públicas que se proponen o se llevan a cabo. En este contexto, las divisiones internas del Partido tienen hoy poco que ver con grandes quiebres ideológicos o estratégicos, o con alternativas diferentes en torno a políticas públicas; sino que, tan sólo, representan caudillismos y conflictos respecto a la forma de repartirse el poder partidario y su influencia en el Estado. El Partido Socialista es hoy una orgánica sin reflexión propia, sin opinión sobre los grandes temas que cruzan a la sociedad chilena; y sin debate partidario; en definitiva, un partido completamente despolitizado. Esto es imperdonable en un partido que entiende el cambio social permanente como algo constitutivo de su esencia política. Repolitizar al Partido Socialista significa desburocratizar sus comisiones técnicas, generar instancias de diálogo con la militancia, y volver a poner un énfasis central en la formación de nuevos cuadros políticos. Repolitizar al partido significa que aquellos que postulen a cargos de dirección partidaria sean capaces de determinar por qué lo hacen y qué los diferencia de sus rivales, tanto en el plano estratégico como ideológico. Sólo realizando estas tareas será posible volver a tener un partido vital y representativo de las distintas corrientes e intereses de nuestra sociedad. c. Un partido que aspira a la expansión de la democracia A través de toda su historia política, desde la Sociedad de la Igualdad de Francisco Bilbao hasta nuestros días, el objetivo principal del socialismo chileno se ha centrado en la distribución y desconcentración del poder en la sociedad, tanto al nivel económico como político y social. En cierto sentido, es posible afirmar que la lucha por el socialismo ha sido equivalente a la lucha por la expansión de la democracia y los derechos y libertades ciudadanas. Tal como ya lo hemos planteado, esta lucha por la repartición democrática del poder ha tenido éxitos importantes en los últimos años: democratización constitucional, regionalización de la inversión pública, etc. Sin embargo, es mucho lo que falta por hacer. No es posible que en una sociedad democrática, compleja y diversa como la nuestra, no existan autoridades regionales elegidas por la ciudadanía ni consejos comunales que puedan dar cuenta del conjunto de intereses sociales representados en las ciudades actuales. La resolución de estas carencias democráticas de la sociedad chilena deben ser prioritarias en nuestra agenda política; lo que implica una preocupación especial de nuestros parlamentarios y técnicos; y la voluntad política para articular consensos frente al tema. Pero la democracia como ideal no debe ser sólo algo que se pregona hacia afuera, debe ser una luz que oriente nuestro propio desarrollo partidario. En este contexto, es posible afirmar, no sin cierta tristeza, que los avances sociales democratizadores propiciados por la Concertación, no han tenido su correlato al interior del Partido Socialista, cuyas decisiones siguen siendo tomadas en forma inconsulta por unos pocos militantes en la sede central de calle París. Chile necesita un nuevo socialismo, un Partido Socialista realmente democrático. Un partido en el que el poder se encuentre repartido y en el cual se escuche la voz de toda la militancia. Un Partido democrático es un partido pluralista; en el que los disensos son resueltos por mecanismos institucionales y las resoluciones aceptadas por todos los militantes. Un partido democrático distribuye el poder entre sus distintos niveles territoriales; entregándoles a las direcciones regionales altas cuotas de responsabilidad en la designación de candidatos y la elaboración de políticas públicas locales. El PS debe adecuar su orgánica a un nuevo Chile; en el que las regiones y el poder local adquieren crecientemente un mayor protagonismo en la toma de decisiones políticas, económicas y sociales. Un partido democrático tiene una administración transparente y sus autoridades dan cuenta pública de su gestión; con sus logros y debilidades d. Un partido abierto a la sociedad Pero, por más democrático que sea un partido, si se encierra sobre si mismo, se estanca y, finalmente decae; perdiendo su relevancia política e histórica. Las sociedades modernas son altamente dinámicas, generándose a cada momento nuevos intereses, conflictos, y tendencias; las que de ninguna forma pueden contenerse en una orgánica. Así, los cambios sociales desbordan aún a aquellos que se empeñan en propiciarlos, por lo que, sólo la existencia de canales de comunicación directa entre el partido y su militancia y el resto de la sociedad, permitirá al PS estar atento y recoger los nuevos desarrollos e ideas provenientes de todos los rincones de la sociedad. En este contexto, la prioridad es transformar al Partido Socialista en un espacio abierto a Chile, con capacidad de dialogar con la ciudadanía organizada; y con la voluntad de liderar a las grandes mayorías sociales en procesos democráticos de transformación. No se debe aspirar a traer a toda la ciudadanía al Partido Socialista o a politizar excesivamente a la sociedad civil; sino, por el contrario, a permitirle al Partido acercarse a la diversidad y construir plataformas de convergencia con una ciudadanía autónoma. Ya lo decía Gramsci hace mas de medio siglo, los cambios sociales democratizadores no pueden consolidarse simplemente con el control del aparato estatal; se requiere que ellos se encarnen en la cultura ciudadana y fluyan desde el espacio de la práctica cotidiana hacia la burocracia. No es la burocracia partidaria la que definirá la dirección de los cambios; sin embargo esa burocracia partidaria debe ser capaz de expresar y representar los nuevos sueños transformadores de aquellos que se comprometan con los excluidos y con la lucha por la equidad. Ese es el rol del Partido Socialista, insertarse en el tejido social, contribuir a generar prácticas sociales libertarias; y trasladar dichas prácticas populares a la esfera de lo público. e. Un partido acogedor La inercia burocrática y la falta de diálogo y debate político nos han llevado a un fuerte deterioro en la convivencia interna; quedando bastante poco de la vieja amistad cívica propia del socialismo chileno. Asimismo, dicho deterioro cívico ha conllevado, muchas veces, un relajamiento ético en la vida partidaria; el que es menester revertir si deseamos seguir contando con el favor ciudadano. El mejoramiento de la convivencia interna no debe ser entendido como un requerimiento proveniente del mundo de la moral o del deber ser; sino que, muy por el contrario, como un imperativo funcional; pues de no alcanzar niveles de amistad cívica adecuados, será casi imposible dar cumplimiento a los grandes desafíos que la sociedad nos ha planteado. En este contexto, los socialistas debemos aprender a querernos más, a que nuestras discrepancias sean sólo eso, y no peleas fratricidas que en nada ayudan a la causa común. Sabemos que tenemos una tremenda tarea por delante; que el Gobierno que viene será una prueba definitiva para nuestro partido; y que la forma definitiva que tomará el progresismo en Chile depende mucho de nuestro éxito en el proceso de renovación de la estructura y la forma de hacer política en el Partido Socialista. En cualquier caso, estamos preparados a asumir la tarea. Creemos que es tiempo de un cambio real; que nos permita recuperar lo mejor de nuestra historia política y complementarlo con nuevas prácticas sociales, más democráticas y libertarias. Chile es hoy más socialista que ayer, el Partido debe serlo también…..